sábado, julio 12, 2008
Apego o Despego
Mi caja de herramientas
martes, 24 de junio de 2008
Autora: Lily García
El año pasado mi sobrina, que en aquel momento cursaba su tercer año de escuela superior en la Academia del Perpetuo Socorro, me llamó para decirme que posiblemente no iba a poder comprar la sortija de la escuela por lo cara que estaba. No quería que sus papás hicieran ese gasto. Yo tomé una respiración profunda, y en un acto espontáneo de desapego, le ofrecí la mía. “El diseño no ha cambiado en treinta años”, le dije. “Y en mi gaveta no está haciendo mucho, así que me encantaría que la tuvieras”. Yo pensé que me iba a decir que no, pero por el contrario, se puso bien contenta y al día siguiente vino a buscarla. Quedamos en que su papá, mi hermano, quien es joyero de profesión, le borraría mi nombre, el cual estaba grabado dentro de la sortija, y lo sustituiría por el de ella.
Tiana no se quitó esa sortija desde el día en que se la puso hace más de un año. Por eso no me extrañó que no se la quitara esta semana pasada cuando nos fuimos para el apartamento de playa en Rincón. Era uno de esos días de calor intenso y ella, mi esposo Tom, sus dos sobrinas que nos visitan de Estados Unidos y yo, nos zumbamos de cabeza en la playa tan pronto llegamos. No habían pasado cinco minutos cuando noté que a Tiana se le fue el color y como que perdió el habla. “Se me cayó la sortija”, me dijo con la voz entrecortada y una mirada congelada por el pánico.
Rápidamente busqué unas cuantas caretas de snorkeling en el apartamento y empezamos, como locos, a tratar de buscar algún destello de brillo en el fondo del mar. Pero qué va, la marea estaba revuelta y no nos veíamos ni las manos. Así que a fin de cuentas desistimos de la idea de encontrarla y lo único que se me ocurrió decir fue la tan trillada frase de “hay que dejarla ir, que si es tuya, va a volver a ti”. Digo, no puedo negar que también se me zafó la pullita del “parece mentira que yo la conservé durante treinta años y a ti te tomó menos de un año perderla”. No es que estuviera molesta con ella, pero no les puedo negar que me invadió un cierto sentido de pérdida. Después, meditando sobre el asunto, pensé que tal vez era un símbolo para ambas. Ella se acaba de graduar de cuarto año y ahora comenzará una nueva y maravillosa etapa de su vida. Y yo, aunque me cueste admitirlo, tal vez tengo que soltar ciertos apegos relacionados con aquellos años que recuerdo como algunos de los mejores de mi vida. Fue como una especie de adiós a las energías viejas.
Dos días más tarde continuábamos siento prácticamente los únicos en el condominio y en la playa. No se había vuelto a hablar del asunto. Esa mañana escuché voces en el apartamento de arriba y recuerdo haberle mencionado a mi esposo: “Llegaron vecinos. Es la muchacha puertorriqueña que vive en Suecia y viene dos veces al año con su familia”. Al ratito vi a los hijos de ella bajar a la playa y meterse en el mar. No había pasado media hora cuando sonó el intercom del apartamento. “Lily, soy tu vecina de arriba”, me dijo. “Sí, saludos, qué bueno que están aquí…”, le contesté. Y ella continuó: “Oye, ¿por casualidad a ti se te perdió una sortija en el mar?”. Esta vez fue mi sobrina la que le contestó con un “¡sí!” que se es-cuchó hasta en Desecheo. “Pues mi hija la encontró….”. Yo no la dejé ni terminar. “Quédate ahí que voy bajando…”.
Mi sobrina y yo corrimos como dos locas, y allí en el lobby estaba Piluca con nuestra sortija en la mano. Su hija la había encontrado mientras hacía snorkeling con sus hermanitos, prácticamente en el mismo lugar donde mi sobrina la había perdido. Y como mi nombre todavía aparecía grabado en la sortija, la madre supo dónde llamar. El encuentro de la sortija fue el resultado de una cadena de coincidencias. El hecho de que todavía estuviera en el mismo sitio. El hecho de que ellos llegaran en ese momento de vacaciones a Puerto Rico. El hecho de que la encontrara la hija de alguien que me conocía y no unos turistas extranjeros que no supieran quién era Lily García. Ni a mí ni a Tiana se nos olvidará jamás el milagro de la sortija que volvió a nosotras porque en realidad era nuestra. Esta hermosa experiencia me recordó algo que se me había olvidado: que cuando las cosas tienen que ocurrir, ocurren, y uno no es quién para cuestionar el Universo. Así que la próxima vez que se te pierda algo en la vida, déjalo ir y continúa tu camino, que lo que está para ti, llegará a ti.
lunes, mayo 12, 2008
Columna: Espacio para lo útil
Hace unos días ofrecí una charla de motivación a un grupo de empleados de una librería. Antes de irme me obsequiaron varios libros y cedés. Entre los libros había uno con uno de los títulos más geniales que he visto en mi vida. Se llama “El libro de la información inútil”. El libro incluye datos como que Leonardo da Vinci estuvo doce años pintando los labios de la Mona Lisa; que la Torre de Pisa tiene 296 escalones y que la lengua de un camaleón tiene el doble del tamaño de su cuerpo.
¿Datos interesantes? Depende de a quién le preguntes. Pero lo cierto es que saberlos o no definitivamente no va a hacer diferencia alguna en nuestras vidas. La portada del libro abunda aún más en el significado de “información inútil”, explicando que aquí encontrarás “miles de cosas que jamás pensaste necesitarías saber porque probablemente no las necesitas”. Estas palabras me hicieron sonreír pensando en la cantidad de pensamientos y emociones inútiles que revolotean dentro de nuestras cabezas todos los días, y las cuales no hacen otra cosa que robarnos la energía, la paz y el balance. Cada uno de nosotros podríamos escribir un libro acerca de pensamientos inútiles que nos acompañan y obsesionan constantemente, que no nos sirven para nada, y que, sin embargo, si no nos cuidamos, podemos llegar a cargar durante toda la vida.
¿De qué nos pueden servir, por ejemplo, los rencores guardados hacia una persona o un grupo de personas por acciones pasadas? No resuelven lo que ya ocurrió y tampoco van a aportar a una vida futura más positiva. Sin embargo, cargamos con ellos. ¿Cuán útiles son los prejuicios y opiniones que hemos formado acerca de otros? Nos evitan, por un lado, abrirnos a experiencias nuevas y frescas, y por el otro, nos causan más estrés. Ésos tampoco nos sirven de mucho.
¿Cuánto puede aportar el chachareo de la crítica constante contra nosotros mismos? Frases como “No voy a poder”, “No sé ni para qué lo intento”, “Nadie me va a querer si saben cómo soy en realidad”, “Si pierdo mi belleza (salud, dinero, estatus, etc.), lo pierdo todo” o “¿Cómo me atrevo a aspirar a algo mejor?” Abundando en esta última, uno de mis grandes maestros siempre dice que la clave para saber si hay algo mejor para ti es que estés sufriendo. Ése debe ser el aviso de que algo mejor, o una alternativa diferente de ver las cosas, están esperando por ti.
Ah, y esa lista de emociones/pensamientos inútiles no estaría completa si no incluimos la culpa. Hay quien dice que sin culpa no hay arrepentimiento, pero yo difiero. Nos arrepentimos realmente cuando reconocemos la responsabilidad que tenemos por las consecuencias de nuestros actos. Y ese reconocimiento nos fortalece y nos empuja a crecer. La culpa, por el contrario, nos come por dentro y nos paraliza. ¿Qué utilidad hay en eso?
Como llevamos tanto tiempo con la cabeza y el corazón llenos de cosas inútiles, cabe la posibilidad de que al intentar vaciarlos nos sintamos incómodos y hasta fuera de balance. Algo que a mi me ha funcionado es hacer el esfuerzo por sustituir toda esa información inútil por pensamientos útiles y emociones constructivas. Puedes sustituir la negatividad del estrés por aquello que no puedes resolver, ubicándote en espacio y tiempo, enfocándote en el hoy y el ahora mismo. Como bien dice el maestro Shantideva, si un problema tiene solución, para qué preocuparte, y si no la tiene, entonces para qué preocuparte. De esa forma sustituyes la inutilidad del drama por una forma un poco más científica de ver las cosas.
Puedes identificar los pensamientos y emociones inútiles que más ocupan tu mente (y que generalmente son los mismos que se repiten una y otra vez) y darles un nombre, o si eres una persona más visual, una imagen. Y una vez los tienes identificados, puedes escoger una frase, una oración, un mantra, lo que quieras, para sustituirlos en el acto. Estarás transformando una energía estática y negativa por una creativa y poderosa. Tus pensamientos y emociones inútiles dejarán de ser tus mayores obstáculos para convertirse en tus más útiles herramientas. Y cuando descubras el potencial maravilloso de una mente llena de cosas útiles, podrás encontrarle sentido hasta a algo tan inútil como que los chinos inventaron el kétchup.