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martes, septiembre 13, 2011

La regla del Oso Idiota

(Fragmento extraído del libro: El camino de la FELICIDAD / Jorge Bucay )


Es evidente que las expectativas complican nuestra chance de ser felices, tanto cuando se realizan como cuando no lo hacen. Si se cumplen, nos condenan a abandonarlas y crear nuevas y mas grandes expectativas hasta toparnos con las que no se cumplan. Si desde el principio no se cumplen, sufrimos el dolor de la desilusión.

Confundimos sueños con expectativas sin darnos cuenta de que mientras aquellos nos abren el mundo, éstas nos encierran en la espera pasiva de lo deseado. Y sin embargo nos aferramos sorprendentemente a ellas, ¿por qué? Debe ser porque nos han acompañado demasiado tiempo...

Si vivís satisfecho, tener más pierde importancia.

Esto es válido tanto para los bienes materiales como para el sexo, la belleza, el prestigio o cualquier otra clase de posesión.
La busqueda de la serenidad de la mente, más que un eficiente desarrollo de estrategias para el éxito, supone un elevado nivel de sensibilidad y cierta conquista de desapego.

Pero ten cuidado; paz interior no significa permanecer distanter, desinteresado o vacío.

De ninguna manera significa negar que debemos satisfacer muchas de nuestras mínimas necesidades básicas (alimentación, vestido, cobijo, seguridad personal).
Más bien es darse cuenta de que no necesitamos forzosamente acumular más dinero, más éxito ni más fama para ser felices; que podemos serlo sin tener un cuerpo perfecto, sin el mejor tapado de piel, sin el alimento exquisito preparado por el mejor chef y aun aceptando que no tenemos una pareja perfecta.

Eso suena fácil... pero ¿qué pasa si no puedo aceptar tener que renunciar a lo que tanto deseo, si siento que no puedo armar mi proyecto de vida?

Habrá que pensar en aplicar alguna de las reglas básicas que enseña la experiencia de vida, mucho más allá del conocimiento de los libros, mucho más allá de la iluminación de los místicos.

Usted tiene un deseo determinado.
Usted quiere algo.
Lo quiere con toda el alma, con todo su ser.
Sueña de día y de noche con tenerlo.
¡Bien!
Es hora de aplicar la regla del oso idiota

¿Por dónde se empieza?

En primer lugar, la O del OSO señala:

¡OBTENGALO!
Obtenga lo que usted quiere.
¡Vaya por eso! ¿Qué es lo que busca?
"El amor de esa mujer... esta casa... ese trabajo..."
¡Vaya y obténgalo!
¡Haga todo lo que puede para obtenerlo!
Juéguese la vida, corra un riesgo, comprométase con su deseo.
Muy bien...
Pero uno puede darse cuenta de que es imposible obtener lo que quiere.
Y esto es muy cierto.
¿Qué dice la regla en segundo lugar?...
¿No puede obtener lo que quiere?

SUSTITÚYALO
La regla de OSO dice: ¿No lo puede obtener?
¡Sustitúyalo!
¡Sustitúyalo por otra cosa!
"Esta mujer no me quiere..."
¡Que lo quiera otra mujer!
"Esta otra tampoco me quiere..."
¡Busque un marinero! ¡Cómprese un perro!
"¡Ah... no! ¡Imposible sustituirlo! Porque como esta mujer no hay..."
¿Qué nos dice la regla en tercera instancia?...

¡OLVÍDELO!
¿No puede obtener lo que quiere?
Muy bien.
¿No lo puede sustituir?
Muy bien:
¡Olvídelo!

"Ah no... Imposible..."
¿Cómo "imposible"? Obtener no... Sustituir no...
¡¡Olvídelo!!
"No, doctor, ¡imposible olvidarlo!"

Ahhh... Si no lo puede Obtener, no consigue Sustituir y no quiere Olvidarlo...
La regla dice que Usted...

¡Es un Idiota!

Alquien podría decir:
"Bueno, yo no puedo decidir qué puedo olvidar..."
Quizás NO.
Pero con toda seguridad lo que puede es decidir NO olvidar y quedarse pegado a lo que cree imposible. Y eso es lo idiota de nuestra neurosis.
Por supuesto que puedo renunciar a casi cualquier deseo. (...)
No es razonable que viva sufriendo por no poder, por ejemplo, salir volando por la ventana.
Eso es neurótico, es ridículo, es idiota. (...)

lunes, agosto 13, 2007

Desde el diario: DAR

26 de marzo de 1944


Me pregunto si quienes viven en un hogar tibio y confortable tienen alguna idea de lo que puede significar ser un mendigo. ¿Alguna vez se ha preguntado esa gente "buena y amable" cómo es la vida de los pobres, grandes y niños, que los rodean? Es verdad, todos damos unas monedas a un mendigo de vez en cuando. Pero en general se las ponemos de prisa en las manos y cerramos la puerta de un golpe. Y, lo que es más, el generoso donante suele estremecerse por tener que tocar una mano tan sucia. ¿Es verdad o no? Luego la gente se asombra de que los mendigos se hayan vuelto tan maleducados. ¿No le ocurriría a cualquiera a quien se trate como a una bestia y no como a un ser humano?

Está mal, muy mal, en verdad, que en un país orgulloso de sus leyes sociales y de su alto nivel de cultura la gente se trate mutuamente de ese modo. La mayoría de las personas acomodadas consideran al mendigo un ser despreciable, sucio y abandonado, grosero e inculto. ¿Pero alguna vez se preguntó uno de ellos qué llevó a esa gente a ser como es? Comparemos sus hijos con estos niños pobres. ¿Cuál es la diferencia, en realidad? Los primeros están limpios y bien vestidos, los segundos sucios y descuidados. ¿Es esto todo? Sí, es en realidad la única diferencia. Pero si un pobre niño mendigo recibiese buena ropa y aprendiese buenos modales, no habría ninguna diferencia.

Todos nacemos iguales, ellos indefensos e inocentes también. ¡Todos respiramos el mismo aire, muchos creen en el mismo Dios! A pesar de ello, sí, a pesar de ello, la diferencia puede ser tan inconmensurable a causa de que tanta gente nunca ha determinado en qué reside en realidad... Todos nacemos iguales, todos debemos morir, y nada queda de la gloria terrena. ¡Las riquezas, el poder, la fama duran sólo pocos años! ¿Por qué se aferra la gente en forma desesperada a estos bienes transitorios? ¿Por qué quienes tienen más de lo que necesitan para sí no pueden dar lo que les sobra a sus semejantes? ¿Por qué deben algunos tener una vida tan dura durante sus pocos años en el mundo? Pero sobre todo, demos estos dones con bondad, en lugar de arrojarlos a la cara. Cada cual tiene derecho a una palabra amistosa. ¿Por qué hay que ser más amable con una mujer rica que con una pobre? ¿Alguien estableció la diferencia entre las dos? La verdadera grandeza de una persona no reside en la riqueza ni en el poder, sino en el carácter y en la bondad. Todo el mundo es humano y todos tenemos nuestras faltas y defectos, pero todos nacemos con algo de bueno en nosotros. Y si comenzáramos por estimular lo bueno en lugar de sofocarlo, por dar a los pobres la sensación de que también son seres humanos, ni siquiera se necesitaría dinero ni bienes para hacerlo.

Todo comienza por las pequeñas cosas. Por ejemplo, no cedamos nuestro asiento en el tranvía sólo a las madres ricas, no. Pensemos también en las pobres. Disculpémonos por haber pisado a una persona pobre tal como lo haríamos con una rica. La gente siempre sigue el buen ejemplo. Seamos quienes damos ese buen ejemplo. No pasará mucho tiempo antes de que nos imiten. Más y más personas se volverán compasivas y serviciales hasta que por fin nadie mire con soberbia a los pobres.

¡Ah, si sólo estuviésemos ya en ese punto, si nuestro país y luego Europa y finalmente el mundo entero viesen que la gente tiene buena voluntad hacia los demás, que todos somos iguales y que todo el resto es sólo transitorio!

¡Qué hermoso es imaginar que nadie tiene por qué esperar un sólo instante, sino empezar ya mismo, lentamente, a cambiar el mundo! ¡Qué hermoso es pensar que todos, grandes y pequeños, pueden contribuir de alguna manera a introducir la justicia ahora mismo! Como ocurre con tantas cosas la mayoría busca la justicia en otra parte y se queja por recibirla en tan poca medida. ¡Abramos los ojos y comencemos por tratar de ser justos nosotros mismos! ¡Demos de nosotros mismos, demos tanto como podamos! ¡Y siempre es posible dar algo, siempre, aunque sólo sea bondad! Si cada uno puede hacer esto y no mezquinar una palabra amable habrá mucha más justicia y amor en el mundo. Demos y nos será dado mucho más de todo lo que hayamos imaginado posible. ¡Dar, dar, dar una y otra vez, no perdamos el valor, mantengámoslo y sigamos dando! ¡Si lo hacemos, en pocas generaciones nadie tendrá que compadecer a los niños pobres ya, porque no existirán!

¡Hay mucho espacio para todos en el mundo, bastante dinero, riqueza y belleza para que todos los compartamos! ¡Dios creó lo suficiente para todos! Comencemos todos por compartirlo con justicia.

Anna Frank
(1929-1945)